EL PADRE, DE MARIANA ARRUTI Una película que es un grito
El jueves 22 de septiembre a las 20 horas se estrena en el cine Gaumont la película “El padre” de Mariana Arruti, un documental ficcionado sobre una búsqueda personal que dialoga y se vuelve parte de la trama de la memoria colectiva. “Un testimonio de los ocultamientos y complicidades de una sociedad en la que el coraje y la cobardía se entrelazan con la búsqueda de la verdad y la reconstrucción de las identidades acalladas”, define la realizadora sobre su film.
ANDAR en el cine
(Agencia) El proyecto fue y dejó de ser, avanzó y se deshizo, tomó una forma, se transformó y volvió a mutar hasta encontrar el camino donde el relato pudo afianzarse. “Porque la película empezó a pensarse hace como 10 años, después pasó a no ser nada; después, un proyecto de ficción, después se desestimó y retomé el proyecto en un momento muy puntual porque fui a Bahía Blanca porque empezaba el juicio del V Cuerpo y había una muestra de H.I.J.O.S Bahía Blanca y la foto de mi padre estaba ahí, no sé porqué, pero estaba. Y la verdad que eso me impactó mucho”, describe Mariana Arruti en diálogo con ANDAR.
En ese viaje se encontró también por primera vez con algunos primos y sintió “que tenía que retomar esa historia y que la tenía que tomar desde la idea del testimonio”. El padre de la antropóloga y cineasta era obrero de la construcción, dirigente de la Uocra y militante del PC, y murió el 13 de septiembre de 1973 cuando ella tenía alrededor de cuatro años en un accidente en el que lo habría golpeado un tren.
Entonces ¿qué historia cuenta la película?
Está basada en una historia y en un viaje personal buscando los rastros de mi papá. Es decir, tiene que ver con la búsqueda de la verdad (entre comillas) acerca de su muerte que fue de algún modo atravesada por silenciamientos, por el ocultamiento de datos sobre el hallazgo de su cuerpo porque desde mi infancia se manejó la versión de un accidente ferroviario. El disparador fue una charla con un tío que había reconocido el cuerpo de mi viejo en la Brigada de investigación de Lanús, donde lo habían llevado.
Esa es una línea que tiene que ver con mi historia personal y biográfica, pero si me preguntás de qué va la película te diría que es una historia de búsqueda y que habla de los silencios de un periodo histórico de nuestro país, de cómo el silencio y los ocultamientos y las pequeñas complicidades y los miedos en ese momento impactaron en las familias, y cuál es la consecuencia de esa tramitación, de ese modo de tramitar la muerte o la desaparición de los seres queridos en las familias. Es una historia que está contada en términos subjetivos, personales, que tiene que ver con mi propia experiencia, pero intenté poder hablar sin apelar a la experiencia colectiva, de un todo, o al menos de unos algunos.
¿Cómo fue el proceso de construir ese guión para poner en diálogo lo subjetivo con lo colectivo?
El gran desafío justamente es que es una historia propia, íntima que cuestiona, interpela al conjunto de mi familia y de los vínculos sociales de ese momento, y tomé decisiones de no salirme de ese camino subjetivo en el sentido estético: no utilizo imágenes de archivo, no hablo de un todo ni de un nosotros sino de lo que a mí me pasó, pero por supuesto que el objetivo es interpelar a los otros sin hablar directamente de un nosotros.
Esta película en términos de investigación tanto documental como de búsqueda de testimonio fue muy distinta a las otras. Porque cada documento que yo buscaba hablaba de mi papá, cada entrevista. La película se estructura alrededor de la búsqueda de aquellos que tuvieron relación con mi papá y me pueden devolver un algo en relación con su vivencia; algunos eran compañeros de militancia pero después era una buena parte de mi familia, primos, de mi familia paterna con la cual yo no había tenido contacto nunca. Es decir el silenciamiento de las circunstancias de la muerte no fue el único. Junto con eso lo que se silenció fue una biografía, una mirada, un personaje: se silenció la existencia de mi papá a lo largo de mi infancia; entonces la película busca esas voces y esos testimonios, y la verdad es que cuando empecé a andar con esta investigación me di cuenta que me costaba muchísimo posicionarme como lo había hecho en otros casos. No porque las otras películas no me hubieran conmovido o no me hubiera resultado fuerte también acercarme a eso, pero éste fue un camino mucho más sensible.
¿Esto tiene también que ver la elección del género, de lo ficcionado dentro del documental, cómo lo fuiste utilizando?
Es la primera vez que me meto con ficción pura, en el sentido de los tramos que se incluyen en una película de ficción. Y digo “pura” porque no creo mucho en las fronteras de los géneros: me parece que las películas todas tienen una mirada y lo que llamamos muchas veces documental también es una mirada sobre una historia, una construcción sobre una historia aunque se trate de personas reales que están haciendo de sí mismas, pero es eso: están haciendo de sí mismas en una película.
En este caso lo que me pasó fue que elegí esa manera de construir imágenes porque necesitaba una herramienta que me permitiera contar lo que yo imaginaba de mi propia infancia, de un vínculo claramente ideal con mi padre. Y eso, la cuestión de la memoria, la imagen de lo no vivido, de lo imaginado que pudiera haber sido la relación con mi padre necesitaba que pusiera en escena esa idea del recuerdo roto, confuso, complejo, a veces ideal; de ahí tomo la ficción como herramienta para narrar.
Tanto en ésta como en tus otras películas siempre hay un eje en torno a lo social y lo político: ¿usas también herramientas de tu experiencia como antropóloga?
Las herramientas de la antropología del trabajo de campo están, pero todo muy atravesado por la conmoción que me implicaba a mí este viaje y, de alguna manera, la película un poco intenta traducir eso, ser reflejo de la propia experiencia y del camino recorrido los último años.
Esas historias que se abrían hablaban de tu propia historia…
Exactamente, y también el proceso implicaba ir viendo de qué manera yo con todo eso que iba recogiendo del relato de los otros iba pudiendo armar un rompecabezas propio para construir una propia mirada, con toda la complejidad que eso tiene. Porque uno nunca va a poder reconstruir una vivencia y sabe que está trabajando con un material subjetivo, absolutamente idealizado por una pérdida temprana en todos los que yo encontré en el camino y me fueron ayudando a rearmar un poco esos pedacitos de mi papá.
El proceso personal fue muy largo y en el momento en que se decidió la última escritura del último guión y su presentación para concretarlo ya había cosas elaboradas, pero también durante el proceso de rodaje uno siguió procesando cosas. La película tiene un final pero los procesos personales continúan y la propia historia continúa hoy día: sigo encontrándome con primos que no conocía, por ejemplo. Y sigo conociendo historias de la familia de mi padre que no tengo en la película. Esto pasa por suerte porque además de la película estamos en el camino de la vida, entonces va a seguir sucediendo.
Así como encontraste ayuda, ¿hubo resistencias, olvidos, negativas?
Sí hubo, siempre las hay. Uno cuenta también con eso, en el mensaje de esta película yo claramente lo expreso en un momento: hubo personas del entorno social cercano a mi familia en aquellos años que estuvieron relacionadas con el hallazgo del cuerpo que no quisieron hablarme directamente. Y esto fue fuerte para mí, no en términos cinematográficos sino personales, esas resistencias a poder ponerle palabras a aquella experiencia, esos silencios sobre el momento de la muerte de mi papá, sobre por qué se había ido configurando una versión accidental de la muerte. En el caso de mi tío me dijo “la verdad, yo lo hice por esto y esto”, pero en otros casos no hubo posibilidad de repensar esas decisiones. Eso también me hizo sentir cuán presente está hoy ese silencio en todo el recorrido hecho en nuestro país en estos temas, cuantas cosas, cuantos silencios hay por derribar no sólo en términos propios, familiares sino más colectivos.
Haber buscado esos testimonios debe haber abierto nuevos caminos. ¿Qué te pasa ahora con este primer proceso cerrado y qué expectativas te genera la película y su estreno?
Estoy contenta de haber podido contar, de haber podido decir; creo que una película siempre es un decir en voz muy alta porque es un decir para muchos y la decisión de poner esta historia en una película, porque podría haber hecho otra cosa, escrito un poema o un libro, podría no haber hecho nada, simplemente transitado este proceso personal. La decisión de hacer una película habla de eso, de una necesidad de ponerle voz a algo que estuvo silenciado. Una película es un grito de alguna manera, o por lo menos siento que lo es sobre todo en este caso. [pullquote]también me hizo sentir cuán presente está hoy ese silencio en todo el recorrido hecho en nuestro país en estos temas[/pullquote] Y cuando recibo la mirada de alguna gente donde siento que puedo lograr alguna empatía me hace muy feliz porque siento que se escucha, independientemente de la mirada sobre la película. Y la expectativa es compartida siempre, con todas las películas, es poder llegar a la mayor cantidad de espectadores, con una buena diversidad porque ellos terminan completando lo que uno hace, porque cada espectador mira de modo diferente devuelve una mirada diferente y esta película en particular tiene muchas capas. A veces e hace difícil resumir qué cuenta esta película: cuenta una historia personal en busca de una verdad, de desenterrar algo que fue enterrado y silenciado pero también habla de otras cosas: de la memoria, del silencio, de muchas cuestiones más. Y es muy impresionante cómo las personas ven a veces distintas películas.